...Las deposité en una botella y las hice a la mar...

lunes, 6 de septiembre de 2010

En las montañas de la locura


I
       Desde otro siglo, mientras sostiene al gato, el Maestro mira lúgubre y solemne. Yo de pasadita lo interrumpo un instante de su abstracción en la noche cósmica.
-Shh… shh… ¡Hey! Howard, Lovecraft…
Generoso, él enciende una de sus pesadillas, la ofrece y me la voy fumando.

II
Ahí se encontraba Lovecraft y En las montañas de la locura, igual que muchos otros de su especie, empolvado y aparentemente marchitándose de olvido en un librero que pertenecía a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Supe de primera mano que, inicialmente un sindicato de trabajadores del lugar había donado ejemplares de historia sobre el corporativismo en México, líderes sindicales, marxismo y temas similares. A esa lista sumaron donaciones de biografías de próceres de la Patria y durante años -poco a poco-, muchos de narrativa.
Correspondía a un proyecto de fomento a la lectura, decían los compañeros que originalmente era una idea que nació en 1970 –un año antes que yo naciera-. 15 años después sucedió el sismo de 1985, en consecuencia, empleados y todo lo rescatable ocuparon un inmueble distinto.
En las montañas de la locura había sobrevivido a los embates del tiempo, al terremoto y después, al analfabetismo burocrático de un jefe que consideraba que esa “bola de libros sólo ocupaban espacio”.
Por aquellos días el ejemplar de Lovecraft lo tenía conmigo en préstamo, cuando estaba por devolverlo fui informada que todos los demás libros habían tenido un destino distinto: Algunos compañeros se llevaron uno que otro de su agrado, pero los despreciados fueron depositados en el camión de la basura.
De tal forma que desde entonces, conservo también esa edición de 1984.

III
Tendrían que enterarse los aficionados a las sustancias psicoactivas, obsesionados de paraísos artificiales, que la imaginación por sí sola proporciona un viaje eficaz. Que existen estimulantes de otro tipo, -a mi juicio- con verdadero mérito: Las narraciones orales y las letras que por montones y durante siglos han hecho literatura.
Por eso nos viene bien el verbo fumar cuando de trepar a los cuernos de la luna se trata. Y es que, relacionada a la literatura de Lovecraft forma parte de un ritual que induce a una experiencia de sensaciones, incluso desagradables.
Si por un instante lo cotidiano te hace perder las cuentas, sobre la  hora en qué duermes, trabajas, comes, etc., las emociones y sensaciones te vuelven a posar en la realidad desautomatizada. Por qué no decirlo, la lectura de En las montañas de la locura, humaniza. Fumar de nuevo esta historia –sin exceso lo digo- ha hecho que de nuevo rompa con el tiempo del mundo globalizado, tocar con las plantas desnudas de los pies la superficie lunar. Adherirme y empaparme de ese lenguaje de locura que teje Lovecraft en su narración, hasta alcanzar el orgasmo que sólo las letras pueden producir.
Quizá el autor no sea uno de los grandes de la literatura, como consideran algunos estudiosos y ciertamente les concedo una pizca de razón, por detalles como el uso constante de adjetivos que pueden llegar a empalagar, pero no es en ese rasgo que quiero detenerme, es en el encanto encontrado en el laberinto de su imaginación desbordada.
Tal vez sea como a través de un laberinto, -por primera vez- llegar a ese encanto que tienen las montañas de la locura.
Hay quien dice que la oscuridad es necesaria para los sueños. Sólo después de leer el texto, venía la oscuridad y una vez más de fondo, el tributo sonoro, H. P. Lovecraft The Whisperers in darkness, hasta que el dormir me desconectaba, pero seguro el inconsciente seguía machacando imágenes arquetípicas.
Desde luego mi experiencia onírica no es trascendental y es posible,  vaya en otra vertiente. Lo interesante para mí, aunado a todas las virtudes que tenga el relato sobre la aventura en la Antártida, consiste en el motor que impulsa a la epopeya personalísima de cada lector.
Más allá de si es un homenaje o supuesta continuidad de La narración de Arthur Gordon Pym, o bien, si está totalmente relacionada con La esfinge de los hielos, me gusta disfrutar En las montañas de la locura como una obra única y en sí misma, sin comparaciones.
Acompañé en su viaje de terror, alucinación, asombro y repulsión, a la memoria en primera persona que da cuenta de su aventura, procurándome para el viaje en 12 capítulos, 10 piezas sonoras del tributo a Lovecraft.
Qué importa que después llegue la oportunista versión hollywoodense en tercera dimensión, de James Cameron y/o Guillermo del Toro. Tengo mi visión particular y exclusiva de las montañas, los Antiguos, el cementerio de dioses primigenios, los shoggots, los pingüinos, los perros y los expedicionarios: Pabodie, Lake, Atwood y el narrador.
Leer e imaginar el descubrimiento de seres que no se atina cómo clasificar en una atmosfera de montañas superiores al Himalaya y la arquitectura de una ciudad desértica, dan una sensación opresiva, sombría.
Subyace una idea apocalíptica que fuera de la ficción es aplicable a la especie humana.
Independientemente de la época en que fue escrita la narración de Lovecraft, se antoja como una metáfora acerca del dominio absoluto de alguna raza desconocida y una alegoría de un destino alcanzado, en que las propias creaciones tecnológicas se vuelven en contra de sus inventores o usuarios y significan su destrucción. En nuestro momento histórico sólo por mencionar algunos ejemplos: La contaminación, el agotamiento de los recursos naturales, el calentamiento global asociado al cambio climático, etc. Como consecuencias  del violento y desmedido uso de las tecnologías.
Los planteamientos literarios corresponden en cierta medida a los temores apocalípticos de principio o fin de siglo que siempre suceden, también a la soledad que experimenta el ser humano en el universo y la necesidad de sosegarla, a ese vértigo de mirar el cielo nocturno y las incógnitas que se desprenden; de algún modo son experiencias comunes.
No es gratuito que de su paleta de colores, Lovecraft plasmara el horror cósmico en sus historias y su propuesta imaginativa perdure hasta nuestros días.




 
 

sábado, 21 de agosto de 2010

Efrén Rebolledo. Vida y obra


Efrén Rebolledo es el seudónimo de Santiago Procopio, poeta y diplomático mexicano nacido en Actopan, Hidalgo el nueve de julio de 1877. Si bien nació y creció en un ambiente de menesteres económicos, tuvo el talento y capacidad suficientes para desarrollar, no sólo carrera en el servicio exterior mexicano, también como poeta y en ese ámbito, -el de las letras- se ha caracterizado por la temática erótica e intensa de su obra.

De Efrén Rebolledo se exalta que obtuvo una beca del Instituto Científico y Literario de Pachuca, para continuar sus estudios y que se recibió como abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su vida encontró las primeras nociones de poesía a temprana edad, pero es hasta 1899 que se da a conocer como poeta, es en el periódico El Mundo que ve publicado su primer poema, Medallón. Es de suponerse que a partir de esos momentos el mundo literario se ocupará de sus trabajos y en consecuencia, en nuestros días se le recuerda por ser quién introdujo el erotismo en la poesía mexicana y por ser de los primeros que llevaron a las letras de nuestro país, el japonismo.

Cabe decir que Rebolledo forma parte de esa lista de autores que fuera de México cultivaron y vieron nacer muchas de sus obras. Al respecto, el autor realizó su carrera diplomática paralela a la de poeta. Mientras era Cónsul de México en Guatemala (1901-1907) aparecen los siguientes trabajos: Cuarzos (1902), Más allá de las nubes (1903), Hilo de corales (1904), Estela y Joyeles (1907) y Rimas japonesas (1907).

Durante su estadía en Noruega escribe Joyelero y Saga de Sigrida la Blonda, las dos de 1922. Por supuesto la obra de Rebolledo abarca otros títulos, pero en estas líneas cabe precisar los trabajos que realizó fuera del país.

A pesar de sus prolongadas ausencias de México, su obra era comentada en la prensa literaria por otros autores como José Juan Tablada, de hecho el texto de Tablada titulado “Máscara”, sirve más tarde como prólogo de Joyeles.

Entre las publicaciones donde se hablaba de Efrén Rebolledo, destacan la Revista Moderna, misma que albergó varias de sus colaboraciones. A propósito, se debe decir que un dato interesante en su vida literaria corresponde al trabajo en equipo que realizó con López Velarde para dirigir también una revista, la llamada Pegaso, en la que publicó muy poco.

Como ya se ha mencionado, dos actividades fundamentales se circunscriben en la vida de Rebolledo, la de diplomático y la de literato; en la primera fungió como tercer secretario de la legación mexicana para Centroamérica y cónsul de México en Guatemala;fue primer y segundo secretario de la legación de México en Tokio y encargado de negocios de México ante Japón; primer secretario de la legación mexicana en Noruega, consejero en Bruselas, jefe de protocolo, primer introductor de embajadores y embajador en Cuba y embajador en Chile.

La anterior exposición de parte de su currículo significa también un detonante inspirador, pues del desarrollo de su vida cotidiana en cada uno de estos países, absorve los detalles culturales de éstos y da cuenta de sus impresiones en algunos de sus trabajos. Por si fuera poco mencionarlo, es en esta circunstancia de extranjero que una parte considerable de su trabajo nace.

Estudiosos en la materia, como Allen W. Phillips, distingue cuatro etapas en la vida literaria de Rebolledo y señala que ésta estuvo condicionada por sus estancias en el extranjero. La primera etapa se inicia con la publicación de su primera novela El enemigo y termina con la aparición de Joyeles. Una segunda etapa es la de influencia japonesa, en este periodo se da a conocer Rimas japonesas y su obra se nutre con una tercia de libros: Nikko, Hojas de bambú y Caprichos.

La tercera etapa que señala Phillips es la de su regreso a México hacia 1916 y significa un periodo de productividad literaria, encontramos en este año que aparece Caro victrix, y Libro de loco amor. Otros de sus trabajos durante su estadía en México son El desencanto de Dulcinea y Salamandra de 1919.

Nuevamente sale de México con destino a Noruega y es publicada Saga de Sigrida la Blonda y Joyelero, ambas cierran su vida literaria y el 10 de diciembre de 1929 muere en Madrid.

Ciertamente el autor se caracteriza por la temática que aborda en sus trabajos y de todos ellos los que mayormente son citados son los sonetos de Caro Victrix y Salamandra, de este último, Luis Mario Schneider señala que “es la novela breve que compendia de manera fascinante el bizantinismo, dandysmo y afrancesamiento de la vida nacional de finales y comienzos de siglo”.

No hay que perder de vista el contexto social en que nace esta novela y la corriente en la que se adhiere, el modernismo, pero como tal no sólo lo encontramos manifestado en la literatura, tiene alcances en la pintura, la escultura, el dibujo y el grabado, de tal forma que se observa en el modernismo una forma de exaltar la vida y exaltarla implica para autores como Rebolledo, plasmar y plantear las virtudes de los sentidos y las intensidades experimentadas por el hombre desprendidas del amor carnal.

Es de suponer que Rebolledo conoce de lo que habla o lo ha vivido muy de cerca, más allá del ejercicio del locutor poético o del narrador, Benjamín Rocha apunta al respecto: “Rebolledo no puede, no quiere, no sabe ser un poeta descaradamente autobiográfico y su dolor que, al fin humano, habrá de tenerlo en grado sumo queda oculto tras la exquisita elegancia de su verso”.

Pero no sólo de su verso, también de la prosa que encontramos en Salamandra. De este trabajo cabe apuntar distintos aspectos. Primero el contexto en el que se ha escrito, se trata de una sociedad en la que la moral dominante es la católica y predomina una cultura machista que niega la sensualidad, se vive en la hipocresía, así como en la represión. Se experimenta una doble moral, sin embargo Rebolledo irrumpe con una trama en donde la protagonista, Elena Rivas llama la atención por sus características, no es el prototipo de la mujer de la época y por si esto fuera poco “es la novela más art-nouveau de nuestro modernismo y la primera en que surge la capital post porfiriana. Al centro y al margen de la lucha armada la influencia estadounidense desplaza a la francesa. Elena Rivas –a medias diabolique y a medias flapper- es ya la mujer nueva que anuncia el mundo a punto de surgir entre las ruinas de la guerra”.

Si bien se anuncia algo novedoso en la novela que es en sí misma la protagonista y el ambiente en el que se desarrolla la trama, Rebolledo no deja de lado ese depurado lenguaje de sus descripciones, lo cual denota ese afán por pulir sus obras y por lo bello.

Sobre la estructura de la novela, llama también la atención que está dividida en cortos capítulos encabezados por frases que pertenecen también al texto.

Sobre la historia, hay que mencionar que está presente el erotismo llevado a un nivel de utilización para conseguir someter a la víctima, Elena Rivas se antoja una libertina de acuerdo con Octavio Paz, “el libertino necesita para satisfacer su deseo, saber (y para él saber es sentir) que el cuerpo que toca es una sensibilidad y una voluntad que sufren”.

Desde luego que en Salamandra, Eugenio León y Elena Rivas representan en cierta forma esa figura del libertinaje donde el sadomasoquismo es su punto central, sin víctima no hay libertino.

Salamandra conjuga belleza, sensualidad, claras referencias sobre Sade y Baudelaire, una prosa elaborada donde las descripciones recrean a la sociedad aristócrata de la época y esos ambientes lo mismo de frivolidad que de lujo.

Son temas la perversión, la belleza y los sentimientos más bajos de una mujer que subsiste con una mascara sofisticada, para llevar a cabo su objetivo. Es una novela que trata también de esos nexos de dominio entre dos personas, quizá en la historia de Rebolledo, llevado al extremo.


Bibliografía

Martínez, José Luis. Literatura mexicana del siglo XX 1910-1949. México, SEP-CONACULTA, 1990.374 pp

Pacheco, José Emilio. Antología del modernismo. T1 UNAM, México 1970. 375 pp

Paz, Octavio. La llama doble. Amor y erotismo. México, Seix barral, 1993.223 pp

Phillips, Allen. Cinco estudios sobre literatura moderna. SEP, 1974. 183 pp

Rebolledo, Efrén. Salamandra. Caro Victrix. México, Factoria, 128 pp.









Justicia

El idealista adolescente suspira decepcionado, por fin comprende que la virginal Señorita Astrea es inalcanzable. Temis la reemplazó en otro tiempo como diosa de la justicia y Zeus –su papá-, le otorgó lugar entre las estrellas como recompensa a su lealtad.

“Pero bueno, si Astrea es imposible se encuentra Dice, –la Señora Justicia- progenitora de Concordia, Rectitud y Virtud y ella no fallará.”

Lo que no sabe el esperanzado idealista, es de las tantas decepciones que sufrirá con la voluble Dice. Y es que hasta en las mejores familias sucede, porque la Señora Justicia tiene su historial de pecadillos: La conveniencia de corruptores que le coquetean desde siempre.

Eternidad

-¿Cómo y dónde desea pasar la eternidad? –Formuló el ambicioso y proactivo vendedor de la llamada agencia, “Y vivieron eternamente felices…”

El mustio político, renegado defensor de Marcial Maciel, desertor del PRI, traidor perredista y hoy ventajoso adepto de Acción Nacional, respondió parafraseando de memoria a John Kenneth:

“Aunque todo lo demás falle, siempre podemos asegurarnos la inmortalidad cometiendo algún error espectacular.” Y agregó cínicamente.

-¿Tan sólo por mis leves resbalones se hablará de mí a perpetuidad? Quiero algo más. Sugiérame… ¿Qué me ofrece?

Convencido de que una sonrisa vende más que mil palabras, el hombre extendió un muestrario titulado, “Gran catalogo de seres y estares para la inmortalidad”, sin dejar de observar con malsano interés al politiquillo.

Ansioso, el panista hojeo listados de las más variadas opciones registradas intencionalmente sin ningún tipo de orden. Se detuvo por fin para releer las tres que iniciaban una página y llamaron su atención.

1.- Los pecadores arrepentidos tocarán el arpa al lado del trono de Cristo.

2.- Un monumento de características a elegir.

3.- La esencia de los valores humanos.

Por un instante dudó en preferir la número uno. No lo pensó más, estaba resuelto.

-Sabe amigo, la primera opción me inquieta, pero se lee muy aburrida y la tercera honestamente -aunque no me lo crea- ni la entiendo, mejor algo visible. Que todos me vean… ¡Quiero el monumento!, uno sencillito cerca de la Catedral, por aquello de mis creencias.

-¡Qué así sea! –Sentenció el vendedor.- Hasta las palomas lo van a honrar.

Muerte

Niña, habitas en mi cuerpo todavía serena con tu misión insalvable, como destino melancólico bajo la piel.

Aún no te sé del todo, más reconozco tu efigie de mil rostros delirados por el vendaval en los desiertos del tiempo.

Es el minuto a minuto graníticamente fino que fluye por volverme a la noche más larga.

¿Quién podría evitar tu perenne verdor, ciprés incorruptible?

Ni siquiera un largo invierno de amaneceres borrascosos.

¿Recuerdas que tu escuálida sombra ya me había rozado a penas de gélida caricia? Justo en tierras fecundas de bellas posibilidades truncadas, cuando echaste raíces a raudales y no podía aceptarte, sólo presenciar con la afonía de la derrota.

Nada puede negarte, pero desde mi inútil osadía renegué tres veces de no comprender que eres una de las certezas de la vida. Porque finalmente sentí tu pálpito en la intuición, en tanto sumabas con dedos lívidos sus historias y desvaneciste la memoria del ser, igual que arcoíris consumado por el ocaso.

Tus maniobras extinguieron su hálito. La flama. El fin de la pausa suspendida en el infinito.

Acto seguido, susurraste absoluto silencio.

martes, 9 de marzo de 2010

Botella al mar para el dios de las palabras


Discurso ante el I Congreso Internacional de la Lengua Española

Gabriel García Márquez

A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.
No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.

La Jornada, México, 8 de abril de 1997

lunes, 8 de febrero de 2010

Francisco Tario (1911-1977)


Cultivador de la narración fantástica, Francisco Tario sembró desde su inicio como escritor, la seducción del misterio en su literatura. Nadie tenía noticia de él en ese ámbito y ningún trabajo había llevado antes ese seudónimo con el que se presentó y se le conoce, -Francisco Peláez era su nombre real- el de su origen, cuando en 1911 nace en la ciudad de México.
Antes de su incursión en las letras había destacado como portero de fútbol, pero radicalmente cambiaría el balón por la pluma y el apellido Peláez por el Tario, surgió entonces el escritor y como tal, frecuentaría diversos géneros: el relato fantástico, la novela realista, la prosa poética, el aforismo y el teatro.
Su primer trabajo aparece en 1943 bajo el título de La noche, un volumen que conjunta quince cuentos en los que construyó “para cada uno de ellos un pequeño drama casi siempre doloroso, fatal, grotesco, nunca feliz ni gracioso, y lo cuenta en la mayoría de los casos, desde dentro de ellos”. En esta serie de relatos encontramos títulos que comienzan con La noche. La noche del féretro, La noche del buque náufrago, La noche del loco, La noche del perro o La noche del muñeco, a excepción del cuento Mi noche.
En su texto Literatura mexicana del siglo XX, José Luis Martínez apunta que el ingreso de Tario a las letras con La noche, es un trabajo en el que se puede percibir y suponer que el escritor tenía contacto con las obras de Jorge Luis Borges y la Antología de la literatura fantástica. Por supuesto que la educación literaria de Tario debió ser más amplia, por ejemplo era asiduo lector de Gorky, Dostoievsky, Eugene Ionesco y James Joyce, entre otros. De igual forma era un personaje que nutrió su sensibilidad artística desempeñando otras actividades, como la de astrónomo, pianista y hasta propietario de una sala cinematográfica.
Se considera que Francisco Tario como escritor, era precavido de caer en excesos morbosos, se distinguía en sus cuentos “un tono de inusitada originalidad y una poderosa materia imaginativa en la que los mundos lívidos y crueles de la locura y de la pesadilla, la obsesión mórbida y toda la gama de la danza macabra se expresaban en relatos capaces de interesar con violencia a sus lectores”.
A la publicación de La noche, en el mismo año siguió la novela Aquí abajo, después con el título de Equinoccio publicó una obra que se caracteriza por contener la llamada escritura fragmentaria. Si bien Tario ante todo es considerado cuentista, en Equinoccio incluye aforismos , epigramas y prosas breves. Sobre la escritura fragmentaria se puede decir que ésta tiene dos rostros, una es de escritura abierta y no conclusiva, la otra, es cerrada y dogmática, propia de las consignas políticas o de los refranes populares.
Se dice que Tario por diversas razones personales no era muy productivo para escribir, razón que hace suponer sus grandes periodos de silencio, además que parte de su obra la realizó en el extranjero, no obstante en su proceso creativo era minucioso, particularidad que se nota en Equinoccio y más tarde en Una violeta de más .
El autor aprovechó la forma concisa y abierta del fragmento para utilizarlo en otro libro de fotografías titulado Acapulco en el sueño (1951), las fotos son de Lola Álvarez Bravo y permiten hacer un nexo entre la fotografía y el estilo de Tario.
Acapulco en el sueño es tal vez el libro más reposado del autor, el que menos angustia refleja.
En los textos que escribió posteriores a Equinoccio y Acapulco en el sueño, Tario tuvo una enorme preocupación por el acabado de sus obras, quizá por ello el motivo de sus silencios literarios, entre trabajo y trabajo.
De 1943 a 1952 publica la mayoría de sus libros, entre ellos Breve diario de amor perdido y Tapioca Inn. Mansión para fantasmas. Es en 1968 que aparece Una violeta de más, el último libro que publica en vida. Se sabe que en los últimos años de su existencia, se dedicó a escribir la novela Jardín secreto, la cual permaneció inédita, inacabada y al menos, según se sabe por testimonios de familia, en tres versiones distintas.
La contribución que Francisco Tario aportó a la literatura vino a complementar un panorama tradicional, cabe decir que no siempre su obra ha tenido la misma suerte editorial. A finales de los ochenta la publicación de Entre tus dedos helados y otros cuentos, antología preparada por Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, llamó de nuevo la atención sobre este autor que desde su muerte en 1977 había caído en el olvido. Tario era apenas considerado una curiosidad literaria.
Esa antología provocó el rescate de tres obras de teatro que habían permanecido inéditas, El caballo asesinado, Terraza con jardín infernal y Una soga para Winnie, uam, 1989; la reedición de Equinoccio en ese mismo año, un número de Casa del Tiempo y años más tarde la reedición de Una violeta de más y la reedición de Acapulco en el sueño por la Fundación Cultural Televisa.
Asimismo, se publicó Jardín secreto, la novela inédita. Todo esto podría hacer pensar que las cosas se transformaron con respecto a la difusión sobre los trabajos de Francisco Tario, pero no es así. Aunque ya se le incluye en las antologías del cuento mexicano del siglo xx, ya no se le considera tampoco una simple curiosidad y críticos como González Dueñas, Alejandro Toledo y Vicente Francisco Torres entre otros, se han ocupado de él; en la actualidad Acapulco en el sueño es difícil de encontrar y se dice que la edición de Jardín secreto a dos años de ser publicada, se fue al molino casi entera.
Por lo antes expuesto, sin duda una tarea pendiente sigue siendo la publicación de las obras completas de este autor.

Bibliografía y hemerografía

Espinasa, José María. “Francisco Tario y el aforismo. (Algunas hipótesis)”, Casa del Tiempo, UAM, México, diciembre de 2000-enero de 2001.

Martínez, José Luis, Literatura mexicana del siglo XX 1910-1949 México, Sep-Conaculta (Lecturas mexicanas), 1990. p.232-233

Tario, Francisco, Una violeta de más. México, Conaculta, (Lecturas mexicanas, tercera serie, 36), México, 1990. 191pp

Toledo, Alejandro. “Recuerdo de Francisco Tario. (Entrevista con Julio Farell)”, Casa del Tiempo, UAM, México, marzo de 2001.