...Las deposité en una botella y las hice a la mar...

miércoles, 28 de octubre de 2009

LA LIBERTAD NAUSEABUNDA


En 1964 el filósofo, periodista, dramaturgo y novelista francés, Jean-Paul Sartre (1905-1980) rechazó el Premio Nobel de Literatura, una firme elección consecuente con su trayectoria y pensamiento, “si lo aceptaba comprometería su integridad como escritor.”
Si bien es cierto, es considerado uno de los principales representantes del Existencialismo, movimiento filosófico que distingue el acontecimiento que implica la existencia, la libertad y la elección individual; es preciso reconocer que el mundo existencialista forjado por Sartre en sus trabajos deriva de la metafísica, del movimiento filosófico llamado fenomenología y del socialismo científico; asimismo, de la influencia de pensadores como Kierkegaard, Heidegger, Marx y Nietzsche, entre otros. Diversidad de ideas que Sartre tuvo el genio de aglutinar en sus obras.
Pese a que el Existencialismo es desprovisto de rigor y la disciplina científica necesaria, se relaciona con la Literatura, la Psicología y las Ciencias políticas, materias que originaron un vasto interés hasta convertirlo en un movimiento mundial.
Es Jean-Paul Sartre el que difunde el movimiento a escala internacional. En el caso especifico de Latinoamérica el Existencialismo tuvo su impacto en la Literatura y lo encontramos presente como generador intelectual de cuestionamientos e inquietudes sociales y políticas.
Como el principal difusor de la ideología y en ciertos casos hasta activista político desde una postura marxista, no resulta fuera de contexto entender la presencia de Sartre en la Cuba posrevolucionaria. A pesar de ello, no corresponde en este espacio aventurar conjeturas sobre las simpatías o inclinaciones políticas que el ideólogo haya sostenido con el régimen instaurado por Castro, a ese respecto, las investigaciones interdisciplinarias aportaron en su oportunidad, elementos que permitieron construir una verdad histórica ya documentada. Es un hecho que sin ningún tipo de cortapisas, Sartre manifestaba sus convicciones, lo que es menester puntualizar, es no atenerse como lector, únicamente a la experiencia anecdótica.


Por ejemplificar, se cuenta que la fotografía emblemática del Che Guevara, aquella en que él está observando, pero parece mirar a ninguna parte, románticamente se ha dicho que está mirando al futuro. Hay quien rememora la anécdota y afirma que la imagen fue capturada oportunamente por el fotógrafo, mientras transcurría un discurso de Fidel Castro. El Che se encontraba de pie en medio de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, escuchando como hipnotizado por la retórica del líder revolucionario.


Lo cierto es que Sartre en cada una de sus facetas intelectuales, expresó a través de su pluma una critica abierta a las intervenciones militares soviéticas en Hungría y Checoslovaquia y denunció la represión del Éjercito francés en Argelia.
Sus razonamientos fueron tan influyentes que durante el movimiento del Mayo francés, los estudiantes retomaron la esencia de uno de sus discursos, descrito por él como la "expansión de lo posible" e interpretado como la voluntad de cuestionar el discurso dominante sobre lo real y lo posible.
Un significativo fragmento que representa el espíritu del 68 se le debe a Sartre y a su discurso entendido, sintetizado y reproducido por los jóvenes en pancartas, grabados, líbelos, pintas y consignas que convocaban:"Seamos realistas, pidamos lo imposible" o "Queda estrictamente prohibido prohibir".
Sobre el suceso, el filosofo argumentaba:
“Sea cual sea el régimen, a los estudiantes que son jóvenes, que sienten que todavía no han entrado en el sistema que les han preparado sus padres y en el que no quieren entrar, lo único que les queda es la violencia. Dicho de otro modo, no quieren concesiones, no quieren que les arreglen las cosas, que se les satisfagan pequeñas reivindicaciones para, de hecho, acorralarles y hacerles seguir las reglas y hacerles ser, como les decía, dentro de 30 años, un viejecito utilizado como su padre".
Subrayemos que la lógica de ese razonamiento resulta también de la serie de premisas en las que el autor determina que “La libertad de elección conlleva compromiso y responsabilidad (...) Los individuos son libres de escoger su propio camino, tienen que aceptar el riesgo y la responsabilidad de seguir su compromiso dondequiera que éste les lleve.”
Merece la pena hacer una parada en una de sus novelas, dicho sea de paso, la crudeza, naturalidad y realismo conforman los ingredientes del particular estilo literario de Sartre y es a través de sus letras que armoniza los conceptos fundamentales del Existencialismo. Entre sus obras que expresan este pensamiento filosófico, destacan: La náusea (1938), El ser y la nada (1943), Los caminos de la libertad, que comprenden La edad de la razón (1945), El aplazamiento (1945) y La muerte en el alma (1949).
Sobre sus obras teatrales cabe mencionar: A puerta cerrada (1944), La puta respetuosa (1946) y Los secuestradores de Altona (1959).
En la ideología de Sartre, el término náusea es utilizado como un recurso lingüístico para exponer la acción del individuo de distinguir la contingencia, concepto filosófico que en su acepción más elemental se refiere a todo aquello en lo que no hay necesidad. En ese sentido, el Existencialismo sostiene que la contingencia es un rasgo fundamental e inevitable de toda existencia humana.
Es a partir de la noción contingencia que Sartre concibe su celebre narración, La Náusea y la transforma en ocasión para emplear adaptados a la historia de Roquetin –personaje principal- los conceptos del Existencialismo.
Lo que en parte constituye la esencia del ser humano es su voluntad y sentimientos, pero también la necesidad de evitar el aislamiento, porque a pesar de que puede permanecer solo físicamente sin ningún proceso de interrelación, su vínculo con ideas y valores del mundo exterior, le permiten seguir conectado a el.
En ese enlace con el exterior, el Hombre se enfrenta a una atmósfera hostil que le impone normas y particularidades de identidad como el vestir, la vivienda y la conducta. Esto contribuye indudablemente a extender el anonimato y la falta de autonomía; el Hombre es ya simplemente un instrumento para los dueños de los medios de producción; sin rostro, sin historia, con sentimientos minimizados e incapaz de alcanzar su desarrollo como humano.
En esas circunstancias -conscientes de su realidad- existen hombres que desean liberarse del yugo de la sociedad rutinaria y a través de su capacidad transformadora buscan el cambio hacia un camino más fructífero y renovado.
Pero liberarse es difícil, implica un alto riesgo que no muchos quieren asumir. Bien podría decirse que la libertad es una carga pesada que puede aumentar por las secuelas de nuestro comportamiento. En ese sentido, tal vez la libertad no es más que una celda.
Y en medio de una celda el personaje de La náusea, Roquetin, padece una soledad que refleja la trágica angustia de un hombre consciente de ser libre. Todo indica que es un individuo que deambula anónimo, pero con un conocimiento claro de su asco de sí mismo y de su rechazo por los demás.
La vida del personaje de Sartre es la representación de una existencia libre aunque infeliz, determinada por su esencia y valores porque exhibe su miseria como desacuerdo de los actos de la gente, mismos que interpreta como opuestos a sus ideas.
Es también la personificación de una libertad que esclaviza y que no podría entenderse si no estuviera estrechamente ligada a la soledad.
Cabe decir que la soledad no es puramente negativa ni puramente positiva, pero sí indispensable a quien quiera escapar de la trivialidad cotidiana. Una de las difíciles pruebas y asignatura pendiente de la humanidad para evolucionar.
Hacer conciencia de la experiencia de la soledad y en esa línea trabajar por el equilibrio; es decir, rechazar la soledad absoluta y considerarla como una etapa que habrá de conducir al Hombre nuevamente a su integración con los otros, para restaurar la comunicación profunda y auténtica que merece.
En La nàusea, Roquetin muestra un constante nihilismo y paradójicamente un sentimiento de aventura, concebida ésta como un instante irremplazable y que inevitablemente tendrá un final.
Se entiende en medio de toda esta experiencia que vive Roquetin, un conocimiento personal e introspectivo, sin embargo su carácter inestable lo mantiene estancado.
La náusea da testimonio de la experiencia fundamental de la existencia de Roquetin, dice Sartre: “la aventura no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte”. En efecto, el valor y la virtud de la aventura radica en que es irremplazable, irrepetible y única; en que no se prolonga porque tiene un principio y un fin, después de ella algo se rompe y el tiempo se vuelve de una levedad, incluso incomoda.
Para Roquetin la aventura provee de sentido a lo que vive y a su propia existencia, pero entre su principio y muerte -consciente que algún día llegará-persiste abandonado y sin norma; no obstante en la vorágine de circunstancias que vive el personaje, hay indicios de una aceptación ante la posibilidad de renovarse.
En esencia, esa pavorosa libertad que prueba Roquetin denota que el Hombre ante todo existe, se perturba en el mundo y eventualmente puede encontrarse a sí mismo. Por lo tanto, reside en cada instante de su vida la sentencia a la absoluta responsabilidad de su elección a renovarse o perpetuar sus miserias.


sábado, 24 de octubre de 2009

De camino a la nostalgia por la ruta sonora




El otoño se extinguía. Era 16 de noviembre. La exhalación centelleaba ya de invierno con prisa. Eso, había prisa e impaciencia porque el tránsito entorpecido por las obras aledañas al Aeropuerto “Benito Juárez”, fluyera y nos permitiera llegar puntuales a nuestra cita con Steve Patrick Morrissey.
¡Por fin! -pensé- el ritual de la soledad musicalizada.
Ahí estaba ya el Palacio de los Deportes rodeado por arterias saturadas de autos que avanzaban poco a poco para ingresar al estacionamiento. No faltó el ingenioso que ofrecía aparcar fuera de su casa en calles cercanas, por la módica suma de 100 pesos. Con paciencia sacada quién sabe de dónde, logramos ingresar al estacionamiento del Palacio por 50 pesos.
A penas descendimos del vehículo, emprendimos la caminata hacia el acceso. Escaleras, rampas a nuestro paso y mucha gente igual de presurosa por llegar al interior del recinto, parecían obstáculos, pero todo fue sorteable.
Me dije sorprendida para mis adentros: “Qué cambiados están los pasillos de acceso, repletos de vendedores de OCESA. Todo negocio, todo lucrar: comida rápida, souvenirs chafas y tragos a discreción”.
Ocupamos los consabidos lugares y ya estaba en escena la cantante de origen cherokee, Kristeen Young, tecladista y virtuosa soprano con destellos a Björk. Interesante propuesta, pero como suele suceder con los teloneros, casi nadie pelaba: chelas antes del concierto, aprovechar para ir al baño, comer y/o hacer cualquier otra cosa para aniquilar el tiempo de la espera.
Las nueve de la noche marcaba mi ya tan consultado reloj, Kristeen concluyó su presentación. Dejó el escenario entre rechiflas piroperas y desnutridos aplausos y cuando suponíamos que se acercaba el momento tan esperado, sobrevino una dosis de videos añejos que representan algunas de las influencias y obsesiones de Morrisey. Difícil no recordar su declarada devoción por cantantes femeninas precedentes a la década sesentera e incluso posteriores. Así, pudimos entender la presencia en video de algunas cantantes en el Festival de Eurovisión.
En otro de los videos proyectados apareció James Dean y uno de sus dobles en una escena de imitación entre ambos como extraída del absurdo. Leyenda cinematográfica, influencia definitiva del compositor de Manchester.
¿Y el doble presente en el video? Nada más y nada menos, aquel personaje que aparece en la portada de una de las antologías clásicas de los Smiths.
Las pantallas se fueron a oscuro, el domo de cobre vibró con el alarido de 12 mil personas que intuimos la presencia del quasi rey de la melancolía.
Entonces, emanó el fuego en el camino de las nostalgias y por la ruta sonora de una leyenda. Ahí estábamos... Frente al mito.
¡Socoouurrooo!, ¡Socoouurrooo!, ¡Auuuxiliooo!, ¡Auuuxilioooo! Grito imponente. Glorioso por siempre Morrissey, te adueñaste del escenario y propinaste semejante chingadazo a nuestros recuerdos, ¡Panic! Y cantamos al unísono contigo, puño en alto protestando: “¡Hang de diyéi, hang de diyéi! ¡Hang de diyéi, hang de diyéi!”



Nuestra cita pendiente por fin se hizo realidad. Es un hecho que predominantemente éramos treintañeros y cuarentones. Hay que decirlo sin pudor, el sentimentalismo nos dominó hasta las lágrimas.
Luego de Panic, contaminada por la mala acústica del lugar, la locura continuó cuando sonó –mucho mejor, gracias a los ingenieros de sonido- First of the gang to die y me percaté que la oscuridad estaba salpicada de innumerables lucecitas que provenían del público, ¡qué cambiada está la cosa!, de la estética romántica de los encendedores como señal de un público satisfecho e incluso, de cursi fraternidad; ahora transitamos a la burda plástica de los celulares con iluminación integrada, que no significa más que la intromisión de la tecnología para intentar grabar algo del concierto o capturar una imagen que definitivamente será mala, en función de las capacidades menores de ese dispositivo de comunicación, pretendidamente multifuncional.



Cada quién, pero hay archivos más efectivos para documentar la historia, excelentes cronistas que dan cuenta de los hechos, excelentes reporteros gráficos que capturan instantes memorables y por supuesto, la memoria única y personal.
¡Uy Moz!, tú tal cual, con tu criticada y controversial actitud, mal entendida e interpretada por muchos como arrogancia, no es -sabemos- más que desprecio por los engaños mediáticos.
En tanto nos deleitabas con In the future when all’s web, You have killed me, Disappointed, Ganglord, William it was really nothing, respectivamente; ni te enterabas precisamente que muchos de los dueños de los celulares son de los alienados por la tecnología. Y aunque hayas solicitado, no se vendiera en el recinto hamburguesas y perros calientes porque eres vegetariano, fuera del Palacio había tacos, hamburguesas y perros calientes, elaborados con la carne de esos animales sacrificados con los métodos más feroces y antihigiénicos que existen.
Indiscutible tu talento lírico, el humor negro de tus letras para hacer una critica inteligente del contexto político, social y religioso que vivimos. Pero de pronto resultas incauto porque tus pretendidas intenciones, -que deseas sean convicciones en los demás- terminan ignoradas por el respetable y los que lucran con tu imagen mientras transcurre tu recital. ¡Vivimos en el subdesarrollo!, ¿O a caso no te enteraste desde la primera vez que visitaste México?
Sin embargo, eres una leyenda viviente que conmueve hasta la humedad de las lágrimas y es que, cuando interpretaste Everyday is like sunday, puedo asegurar que fue el instante más orgásmico del concierto, rompiste por minutos breves con el tiempo rutinario de los ahí presentes, deseaba que no terminaran esos momentos.



Debo hablar con honestidad, conozco a más de uno que no te reconoce fuera del ser emblemático, de la leyenda, del icono que representas; ciertamente tú has alimentado al mito con aquello de jugar a las especulaciones sobre tu ser asexuado y célibe; pero eso debe ser lo menos ¿Cierto? Has nutrido al género British Pop como un líder carismático, pero más que al líder, admiramos el lirismo del artista, el mismo que sorprendió en los ochenta con su estilo de escribir poesía en tercera persona, inteligente e irónico...
Tu carisma se desbordó, expresivo y cercano a la teatralidad te adueñaste del minimalista escenario para obsequiarnos, Dear God please help me y cuando no lo intuíamos cantaste la depresiva despedida adolescente. Me hiciste volver a otras añoranzas: Girlfriend in a coma i know... I know…It’s serious... La la la la, baby Goodbay...



Los clásicos de The Smiths son himnos de introspección sin los cuales no se podría explicar la historia del Rock y particularmente lo referente a la década de los ochenta. Para beneplácito de los asistentes, disfrutamos de la otrora música de esa banda legendaria de Manchester, en voz de su propio compositor; así como las rolas de su trabajo más reciente titulado, Ringleader of the tormentors, el cual motivó esta gira que concluirá en el Reino Unido.
Impecables en la ejecución e interpretación; músicos y cantante nos transportaron a una noche de atmósfera azul, de melodías sencillamente emotivas como Let me kiss you, Change my piea to guilty, How son is now, I just want to see the boy happy, I will see you in far off places, Life is a pigsty; Please, please, please let me get what I want. Al finalizar esta rola rematada por un intenso sonido de gong, Morrissey se despidió de la capital mexicana con un “Hasta luego, vaya con Dios” y se escucharon las primeras notas de la rola The national front disco, preludio de un final que no deseábamos.
Vino el encore: silbidos y golpeteo con los pies en el piso de las gradas, aunque faltó el clásico reclamo “Culeeeroooo, culeeeroooo, culeeeroooo”.



Moz: no te hiciste del rogar –más bien parecía que tenías prisa-, regresaste a escena con otro cambio de camisa y entonaste Irish blood, english Heart. El respetable te celebró, cantó y saltó al ritmo de la música. Tú, castigaste y sedujiste muy a tu estilo con el cable del micrófono al roce de tu figura. Cautivaste y aunque confeso de repeler las poses de las Rock star, -creo que sobre valoras tu imagen-, te sabes encantador y de personalidad magnética, por eso te permites frivolidades de Rock star, arrojaste a la gente una de tus camisas empapada en sudor.
¡Nooooo!, gritamos para que no te fueras y aunque tus seguidores más leales se entregaron íntegramente durante hora y media de música, ya no volviste. Supongo que enfrentarte casi a los cincuenta, reclama que te dosifiques, porque no podemos negar que también te prodigas: inspirado, conmovido, delicado y bellamente expresivo. Afirmo que tu voz no permitió durante el concierto olvidar a los ya inmortales Smiths y al mancebo que hacía de vocalista.
Este 16 de noviembre observamos a un Morrissey evolucionado musicalmente hablando; siempre prolijo y acicalado, con un copete más menudo y canoso, pero de voz poderosa. Impecable. Entonando 19 temas, se-gui-di-tos.
Me atrevo a decir que nadie salió decepcionado, incluidos aquellos que sólo iban por escuchar Panic o nada más por “estar”. No obstante, nunca será suficiente el repertorio, me habría fascinado escuchar: There’s a light that never goes out, Suedehead, Heaven Knows I'm Miserable Now, This Charming Man; The more you ignore me, the closer I get y tantas otras que forman parte del soundtrack de nuestras vidas.











Finalmente regresó la iluminación blanca y el inmueble comenzó a vaciarse. En el austero escenario hasta el fondo, se podía apreciar mejor una fotografía monumental en blanco y negro. En primer plano, un melancólico y solitario sujeto con una hebra de su cabello arañada por el viento. En segundo plano, una montaña estéril con una cruz en la cumbre. Paisaje desolado.
Todo había concluido, la cita se cumplió. Afuera, vendedores de camisetas horrorosas y chafas, intentando sobrevivir a la crisis de trabajo a través de la piratería y del comercio subterráneo. Y los inspectores del Palacio continuamente sacando tajada; esta ocasión le tocó el turno a la imagen de Morrissey...
La ciudad a media noche fue una pintura expresionista en grises y oscuros. Hacía invierno apresurado... Miraba hacia el pasado buscando el origen de mis nostalgias y el viento arañó mi rostro y cabello.
Hizo desolación.



domingo, 18 de octubre de 2009

Poeta




José Cruz Camargo Zurita
Poeta
Ciudad de México.




Prescindo de ídolos abrillantados de lucecitas fugaces que enaltecen su atavío de banalidad mediática, en altares moldeados bajo la lógica de la mercancía; por eso distingo al hombre, al consecuente que asume su talento y se atreve a darle sentido genuinamente liberándolo del silencio y del anonimato.
Te escribo a ti, con el afecto y el respeto que me inspiras, aunque no encuentro palabras precisas que me permitan expresar en este modesto mensaje, mi fascinación por tu obra.
No pretendo un escrito de lisonjas, tan sólo saludar tu arte e intentar transmitir por qué eres uno de los descubrimientos más interesantes y significativos de mi juventud.
Déjame contarte un poco acerca de otro tiempo, cuando te conocí. Aún recuerdo la tarde de un Verano sin humedecer. La calidez de sus horas no dominaba el repentino spleen de mi adolescencia.
Me refugiaba en la lectura y en el fabuloso periplo por la música, más allá de la acostumbrada por mis viejos y mis hermanos mayores.
Hice míos los boleros y sones de Benny Moré, los tangos interpretados por Emilio Tuero y las melodías de arrabal en voz de Orlando Contreras. Crecí escuchándoles a ellos, entre tantos otros de épocas pasadas; pero también me cautivó demasiado pronto la cultura del rock y su rebeldía innata, registrada en discos clásicos de algunos grandes mitos que escuchaban mis hermanos.
Poco a poco definí mi identidad musical nutrida de irreverencia, pasión, sentimiento y poesía. Eran momentos trascendentales porque se develaban ante mí nuevos horizontes creativos vinculados a la literatura, pensaba que cada canción narraba una historia y que cada disco es una compilación de historias o una historia completa.
Mi primer disco lo adquirí en el tianguis cultural del Chopo, “Como la cabeza al sombrero” de “El último de la fila”. Semanas después regresé al mismo puesto de discos por el “Thick as a brick” de Jethro Tull. ¡Qué buen estímulo para el intelecto!
Como te decía, fue aquella tarde -un viernes-, Venus a penas se dejaba mirar y tras el cristal de mi ventana las sombras de una frondosa bugambilia iban diluyéndose con el violeta del cielo vespertino.
Saboreaba la nostalgia de una ausencia y sin esperarlo, de las bocinas de una grabadora sintonizada en la extinta “Espacio 59”, se dispersaron las primeras notas de “Azul”. Subí el volumen. Al cabo del tema, ya ansiosa por saber de quién era la voz y los versos añiles que le ponían fondo musical a mi tristeza, atendí sin pestañear a la locutora:
“...Azul, de Real de Catorce...”
Me sorprendí alegremente y sospeché que un destello así de poesía no podía ser único, tuve inmensos deseos de conocer el resto de creaciones de aquella banda. Regresé al Chopo y conseguí mi tercer tesoro, simplemente: Real de Catorce.
No me equivoqué. Desde el inicio:
“...Una música lenta y azul/ recargada en la tibia quimera/ despidiendo un anhelo que va en autobús...”
Hasta el final:
“... Detrás de una sombra/ se ampara la muerte./ La muerte esa noche es/ el premio mayor...”
Luego de esta secuencia de señales del destino, supe que el alma y la magia de esa voz, pertenecían a un hombre llamado José Cruz.
Me sentí orgullosa de mi hallazgo. De ahí en más, estuve pendiente de cada novedad discográfica. Y feliz si coincidía con alguien en el gusto por tu música, como sucedió con otro José, –mi amigo entrañable de esos años- asiduo seguidor de tus recitales. Fue la feliz coincidencia que cultivó nuestra amistad.
Maravillados por la lírica de tus composiciones y tu entrega en cada ejecución, sosteníamos que la retama siempre bella de palabras y notas musicales, era primero y principal: Virtud de tu persona. Con ella me acompañaste desde esos ayeres, sin que tú lo supieras, en una especie de viaje iniaciático, viaje sin retorno por otro sendero hacia la palabra profunda que florece. Contribuiste sustancialmente a volverme adepto de la poesía, para toda la vida.
Y es verdad que el camino no fue ni es sencillo, porque vivir no es el vacío, así como existen armonías posibles y felices, perviven miserias en este mundo de altivos y prepotentes. Despojos que tornan la vida como una agonía sin fin.
Es cierto que no basta la poesía para reivindicar la soledad e imponerse a la corrupción y la injusticia, pero cuan reveladora resulta a la conciencia, en tanto permitimos que su esplendor penetre nuestro interior. Sucede una catarsis casi sagrada, la esterilidad de la apatía cede a la resistencia y a la revolución personal.
“...Sostente de pie/ la vida es la bronca/ las nubes se van/ da vuelta a la hoja...” ¡Conmovedor el tiempo poético volcado en cada una de tus composiciones! El mismo que tuve el privilegio de descubrir y compartir a cada ser que amo y amé. Especialmente a quien me enseñaba de estrellas y de luna y en el acto de compartir yo le desvelé un caudal invaluable: Los generosos versos del que canta a la existencia y sus avatares. José Cruz.
Hice lo propio con quien ha sido mi buena conciencia, mi salvación en el naufragio. Compañero en el destierro y en tierra firme.
¿Por qué no descubrirle a otros tu poesía que tan dignamente nos has compartido?
Disculparás el haber tomado ese derecho, pero creo que transitar por esta vida sin conocer tu obra, es perderse una de las bondades que alberga este mundo. Quizá sería como vivir un poquito menos, porque la experiencia de la poesía desde el autor, es un acto de comunión. Un acto de Eros. Y en la experiencia del receptor, constancia de la existencia.
Así bien, las oleadas de tu talento dan cuenta –por citar un ejemplo- de lugares vivos y diversos en el paisaje urbano de la ciudad y del México profundo, el de los excluidos y los rostros anónimos relegados por los pusilánimes del régimen burgués, al oprobio y el olvido. Al respecto, qué más puedo resumir aquí que no sea conocido, José. La esperanza, la certeza, la buena noticia es que continúan surgiendo expresiones artísticas, como la tuya, que son antítesis de las que inventa por moda, la usurpadora industria de la canción ligera y prostituta.
Si yo tuviera siquiera una minúscula luz de talento, habría escrito sin mayores pretensiones un verso en el que atinara pronunciar mi admiración por ti. Pero sólo puedo decir gracias por estar, porque sin pedírtelo tampoco, hice un pacto tácito contigo desde hace tiempo: Sostenerme en pie y dar vuelta a la hoja. Y después del naufragio, aferrarme a la salvación. Nadar, nadar entre la tormenta hasta alcanzar tierra firme.
Hoy como ayer sigues atemperando mis ausencias, nostalgias y tribulaciones a través de tu música que me significa además, consuelo y desahogo.
Te confieso: Eres mi compinche poético. El interlocutor que me responde con silencios y cadencias, pero sobre todo con palabras fecundas.
Hace poco más de 20 años que sucedió mi afortunado encuentro con tus letras y sigo pensando que fue un hecho tan influyente y determinante como la experiencia del amor en plenitud. Tú también me enseñaste sobre un deleite que la escuela no enseña.
Sean pues estas líneas, celebración y agradecimiento por tu obra y tu ejemplo que alumbra. ¡Grande poeta!

Te abraza epistolarmente.

Gabriela.







El autor del video: "La forma que encontre para hacerle un pequeño homenaje a José Cruz, fundador de Real de Catorce, gracias por esas canciones llenas de misticismo, magia, poesia y talento perenne..."



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