...Las deposité en una botella y las hice a la mar...

lunes, 6 de septiembre de 2010

En las montañas de la locura


I
       Desde otro siglo, mientras sostiene al gato, el Maestro mira lúgubre y solemne. Yo de pasadita lo interrumpo un instante de su abstracción en la noche cósmica.
-Shh… shh… ¡Hey! Howard, Lovecraft…
Generoso, él enciende una de sus pesadillas, la ofrece y me la voy fumando.

II
Ahí se encontraba Lovecraft y En las montañas de la locura, igual que muchos otros de su especie, empolvado y aparentemente marchitándose de olvido en un librero que pertenecía a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Supe de primera mano que, inicialmente un sindicato de trabajadores del lugar había donado ejemplares de historia sobre el corporativismo en México, líderes sindicales, marxismo y temas similares. A esa lista sumaron donaciones de biografías de próceres de la Patria y durante años -poco a poco-, muchos de narrativa.
Correspondía a un proyecto de fomento a la lectura, decían los compañeros que originalmente era una idea que nació en 1970 –un año antes que yo naciera-. 15 años después sucedió el sismo de 1985, en consecuencia, empleados y todo lo rescatable ocuparon un inmueble distinto.
En las montañas de la locura había sobrevivido a los embates del tiempo, al terremoto y después, al analfabetismo burocrático de un jefe que consideraba que esa “bola de libros sólo ocupaban espacio”.
Por aquellos días el ejemplar de Lovecraft lo tenía conmigo en préstamo, cuando estaba por devolverlo fui informada que todos los demás libros habían tenido un destino distinto: Algunos compañeros se llevaron uno que otro de su agrado, pero los despreciados fueron depositados en el camión de la basura.
De tal forma que desde entonces, conservo también esa edición de 1984.

III
Tendrían que enterarse los aficionados a las sustancias psicoactivas, obsesionados de paraísos artificiales, que la imaginación por sí sola proporciona un viaje eficaz. Que existen estimulantes de otro tipo, -a mi juicio- con verdadero mérito: Las narraciones orales y las letras que por montones y durante siglos han hecho literatura.
Por eso nos viene bien el verbo fumar cuando de trepar a los cuernos de la luna se trata. Y es que, relacionada a la literatura de Lovecraft forma parte de un ritual que induce a una experiencia de sensaciones, incluso desagradables.
Si por un instante lo cotidiano te hace perder las cuentas, sobre la  hora en qué duermes, trabajas, comes, etc., las emociones y sensaciones te vuelven a posar en la realidad desautomatizada. Por qué no decirlo, la lectura de En las montañas de la locura, humaniza. Fumar de nuevo esta historia –sin exceso lo digo- ha hecho que de nuevo rompa con el tiempo del mundo globalizado, tocar con las plantas desnudas de los pies la superficie lunar. Adherirme y empaparme de ese lenguaje de locura que teje Lovecraft en su narración, hasta alcanzar el orgasmo que sólo las letras pueden producir.
Quizá el autor no sea uno de los grandes de la literatura, como consideran algunos estudiosos y ciertamente les concedo una pizca de razón, por detalles como el uso constante de adjetivos que pueden llegar a empalagar, pero no es en ese rasgo que quiero detenerme, es en el encanto encontrado en el laberinto de su imaginación desbordada.
Tal vez sea como a través de un laberinto, -por primera vez- llegar a ese encanto que tienen las montañas de la locura.
Hay quien dice que la oscuridad es necesaria para los sueños. Sólo después de leer el texto, venía la oscuridad y una vez más de fondo, el tributo sonoro, H. P. Lovecraft The Whisperers in darkness, hasta que el dormir me desconectaba, pero seguro el inconsciente seguía machacando imágenes arquetípicas.
Desde luego mi experiencia onírica no es trascendental y es posible,  vaya en otra vertiente. Lo interesante para mí, aunado a todas las virtudes que tenga el relato sobre la aventura en la Antártida, consiste en el motor que impulsa a la epopeya personalísima de cada lector.
Más allá de si es un homenaje o supuesta continuidad de La narración de Arthur Gordon Pym, o bien, si está totalmente relacionada con La esfinge de los hielos, me gusta disfrutar En las montañas de la locura como una obra única y en sí misma, sin comparaciones.
Acompañé en su viaje de terror, alucinación, asombro y repulsión, a la memoria en primera persona que da cuenta de su aventura, procurándome para el viaje en 12 capítulos, 10 piezas sonoras del tributo a Lovecraft.
Qué importa que después llegue la oportunista versión hollywoodense en tercera dimensión, de James Cameron y/o Guillermo del Toro. Tengo mi visión particular y exclusiva de las montañas, los Antiguos, el cementerio de dioses primigenios, los shoggots, los pingüinos, los perros y los expedicionarios: Pabodie, Lake, Atwood y el narrador.
Leer e imaginar el descubrimiento de seres que no se atina cómo clasificar en una atmosfera de montañas superiores al Himalaya y la arquitectura de una ciudad desértica, dan una sensación opresiva, sombría.
Subyace una idea apocalíptica que fuera de la ficción es aplicable a la especie humana.
Independientemente de la época en que fue escrita la narración de Lovecraft, se antoja como una metáfora acerca del dominio absoluto de alguna raza desconocida y una alegoría de un destino alcanzado, en que las propias creaciones tecnológicas se vuelven en contra de sus inventores o usuarios y significan su destrucción. En nuestro momento histórico sólo por mencionar algunos ejemplos: La contaminación, el agotamiento de los recursos naturales, el calentamiento global asociado al cambio climático, etc. Como consecuencias  del violento y desmedido uso de las tecnologías.
Los planteamientos literarios corresponden en cierta medida a los temores apocalípticos de principio o fin de siglo que siempre suceden, también a la soledad que experimenta el ser humano en el universo y la necesidad de sosegarla, a ese vértigo de mirar el cielo nocturno y las incógnitas que se desprenden; de algún modo son experiencias comunes.
No es gratuito que de su paleta de colores, Lovecraft plasmara el horror cósmico en sus historias y su propuesta imaginativa perdure hasta nuestros días.