...Las deposité en una botella y las hice a la mar...

sábado, 24 de octubre de 2009

De camino a la nostalgia por la ruta sonora




El otoño se extinguía. Era 16 de noviembre. La exhalación centelleaba ya de invierno con prisa. Eso, había prisa e impaciencia porque el tránsito entorpecido por las obras aledañas al Aeropuerto “Benito Juárez”, fluyera y nos permitiera llegar puntuales a nuestra cita con Steve Patrick Morrissey.
¡Por fin! -pensé- el ritual de la soledad musicalizada.
Ahí estaba ya el Palacio de los Deportes rodeado por arterias saturadas de autos que avanzaban poco a poco para ingresar al estacionamiento. No faltó el ingenioso que ofrecía aparcar fuera de su casa en calles cercanas, por la módica suma de 100 pesos. Con paciencia sacada quién sabe de dónde, logramos ingresar al estacionamiento del Palacio por 50 pesos.
A penas descendimos del vehículo, emprendimos la caminata hacia el acceso. Escaleras, rampas a nuestro paso y mucha gente igual de presurosa por llegar al interior del recinto, parecían obstáculos, pero todo fue sorteable.
Me dije sorprendida para mis adentros: “Qué cambiados están los pasillos de acceso, repletos de vendedores de OCESA. Todo negocio, todo lucrar: comida rápida, souvenirs chafas y tragos a discreción”.
Ocupamos los consabidos lugares y ya estaba en escena la cantante de origen cherokee, Kristeen Young, tecladista y virtuosa soprano con destellos a Björk. Interesante propuesta, pero como suele suceder con los teloneros, casi nadie pelaba: chelas antes del concierto, aprovechar para ir al baño, comer y/o hacer cualquier otra cosa para aniquilar el tiempo de la espera.
Las nueve de la noche marcaba mi ya tan consultado reloj, Kristeen concluyó su presentación. Dejó el escenario entre rechiflas piroperas y desnutridos aplausos y cuando suponíamos que se acercaba el momento tan esperado, sobrevino una dosis de videos añejos que representan algunas de las influencias y obsesiones de Morrisey. Difícil no recordar su declarada devoción por cantantes femeninas precedentes a la década sesentera e incluso posteriores. Así, pudimos entender la presencia en video de algunas cantantes en el Festival de Eurovisión.
En otro de los videos proyectados apareció James Dean y uno de sus dobles en una escena de imitación entre ambos como extraída del absurdo. Leyenda cinematográfica, influencia definitiva del compositor de Manchester.
¿Y el doble presente en el video? Nada más y nada menos, aquel personaje que aparece en la portada de una de las antologías clásicas de los Smiths.
Las pantallas se fueron a oscuro, el domo de cobre vibró con el alarido de 12 mil personas que intuimos la presencia del quasi rey de la melancolía.
Entonces, emanó el fuego en el camino de las nostalgias y por la ruta sonora de una leyenda. Ahí estábamos... Frente al mito.
¡Socoouurrooo!, ¡Socoouurrooo!, ¡Auuuxiliooo!, ¡Auuuxilioooo! Grito imponente. Glorioso por siempre Morrissey, te adueñaste del escenario y propinaste semejante chingadazo a nuestros recuerdos, ¡Panic! Y cantamos al unísono contigo, puño en alto protestando: “¡Hang de diyéi, hang de diyéi! ¡Hang de diyéi, hang de diyéi!”



Nuestra cita pendiente por fin se hizo realidad. Es un hecho que predominantemente éramos treintañeros y cuarentones. Hay que decirlo sin pudor, el sentimentalismo nos dominó hasta las lágrimas.
Luego de Panic, contaminada por la mala acústica del lugar, la locura continuó cuando sonó –mucho mejor, gracias a los ingenieros de sonido- First of the gang to die y me percaté que la oscuridad estaba salpicada de innumerables lucecitas que provenían del público, ¡qué cambiada está la cosa!, de la estética romántica de los encendedores como señal de un público satisfecho e incluso, de cursi fraternidad; ahora transitamos a la burda plástica de los celulares con iluminación integrada, que no significa más que la intromisión de la tecnología para intentar grabar algo del concierto o capturar una imagen que definitivamente será mala, en función de las capacidades menores de ese dispositivo de comunicación, pretendidamente multifuncional.



Cada quién, pero hay archivos más efectivos para documentar la historia, excelentes cronistas que dan cuenta de los hechos, excelentes reporteros gráficos que capturan instantes memorables y por supuesto, la memoria única y personal.
¡Uy Moz!, tú tal cual, con tu criticada y controversial actitud, mal entendida e interpretada por muchos como arrogancia, no es -sabemos- más que desprecio por los engaños mediáticos.
En tanto nos deleitabas con In the future when all’s web, You have killed me, Disappointed, Ganglord, William it was really nothing, respectivamente; ni te enterabas precisamente que muchos de los dueños de los celulares son de los alienados por la tecnología. Y aunque hayas solicitado, no se vendiera en el recinto hamburguesas y perros calientes porque eres vegetariano, fuera del Palacio había tacos, hamburguesas y perros calientes, elaborados con la carne de esos animales sacrificados con los métodos más feroces y antihigiénicos que existen.
Indiscutible tu talento lírico, el humor negro de tus letras para hacer una critica inteligente del contexto político, social y religioso que vivimos. Pero de pronto resultas incauto porque tus pretendidas intenciones, -que deseas sean convicciones en los demás- terminan ignoradas por el respetable y los que lucran con tu imagen mientras transcurre tu recital. ¡Vivimos en el subdesarrollo!, ¿O a caso no te enteraste desde la primera vez que visitaste México?
Sin embargo, eres una leyenda viviente que conmueve hasta la humedad de las lágrimas y es que, cuando interpretaste Everyday is like sunday, puedo asegurar que fue el instante más orgásmico del concierto, rompiste por minutos breves con el tiempo rutinario de los ahí presentes, deseaba que no terminaran esos momentos.



Debo hablar con honestidad, conozco a más de uno que no te reconoce fuera del ser emblemático, de la leyenda, del icono que representas; ciertamente tú has alimentado al mito con aquello de jugar a las especulaciones sobre tu ser asexuado y célibe; pero eso debe ser lo menos ¿Cierto? Has nutrido al género British Pop como un líder carismático, pero más que al líder, admiramos el lirismo del artista, el mismo que sorprendió en los ochenta con su estilo de escribir poesía en tercera persona, inteligente e irónico...
Tu carisma se desbordó, expresivo y cercano a la teatralidad te adueñaste del minimalista escenario para obsequiarnos, Dear God please help me y cuando no lo intuíamos cantaste la depresiva despedida adolescente. Me hiciste volver a otras añoranzas: Girlfriend in a coma i know... I know…It’s serious... La la la la, baby Goodbay...



Los clásicos de The Smiths son himnos de introspección sin los cuales no se podría explicar la historia del Rock y particularmente lo referente a la década de los ochenta. Para beneplácito de los asistentes, disfrutamos de la otrora música de esa banda legendaria de Manchester, en voz de su propio compositor; así como las rolas de su trabajo más reciente titulado, Ringleader of the tormentors, el cual motivó esta gira que concluirá en el Reino Unido.
Impecables en la ejecución e interpretación; músicos y cantante nos transportaron a una noche de atmósfera azul, de melodías sencillamente emotivas como Let me kiss you, Change my piea to guilty, How son is now, I just want to see the boy happy, I will see you in far off places, Life is a pigsty; Please, please, please let me get what I want. Al finalizar esta rola rematada por un intenso sonido de gong, Morrissey se despidió de la capital mexicana con un “Hasta luego, vaya con Dios” y se escucharon las primeras notas de la rola The national front disco, preludio de un final que no deseábamos.
Vino el encore: silbidos y golpeteo con los pies en el piso de las gradas, aunque faltó el clásico reclamo “Culeeeroooo, culeeeroooo, culeeeroooo”.



Moz: no te hiciste del rogar –más bien parecía que tenías prisa-, regresaste a escena con otro cambio de camisa y entonaste Irish blood, english Heart. El respetable te celebró, cantó y saltó al ritmo de la música. Tú, castigaste y sedujiste muy a tu estilo con el cable del micrófono al roce de tu figura. Cautivaste y aunque confeso de repeler las poses de las Rock star, -creo que sobre valoras tu imagen-, te sabes encantador y de personalidad magnética, por eso te permites frivolidades de Rock star, arrojaste a la gente una de tus camisas empapada en sudor.
¡Nooooo!, gritamos para que no te fueras y aunque tus seguidores más leales se entregaron íntegramente durante hora y media de música, ya no volviste. Supongo que enfrentarte casi a los cincuenta, reclama que te dosifiques, porque no podemos negar que también te prodigas: inspirado, conmovido, delicado y bellamente expresivo. Afirmo que tu voz no permitió durante el concierto olvidar a los ya inmortales Smiths y al mancebo que hacía de vocalista.
Este 16 de noviembre observamos a un Morrissey evolucionado musicalmente hablando; siempre prolijo y acicalado, con un copete más menudo y canoso, pero de voz poderosa. Impecable. Entonando 19 temas, se-gui-di-tos.
Me atrevo a decir que nadie salió decepcionado, incluidos aquellos que sólo iban por escuchar Panic o nada más por “estar”. No obstante, nunca será suficiente el repertorio, me habría fascinado escuchar: There’s a light that never goes out, Suedehead, Heaven Knows I'm Miserable Now, This Charming Man; The more you ignore me, the closer I get y tantas otras que forman parte del soundtrack de nuestras vidas.











Finalmente regresó la iluminación blanca y el inmueble comenzó a vaciarse. En el austero escenario hasta el fondo, se podía apreciar mejor una fotografía monumental en blanco y negro. En primer plano, un melancólico y solitario sujeto con una hebra de su cabello arañada por el viento. En segundo plano, una montaña estéril con una cruz en la cumbre. Paisaje desolado.
Todo había concluido, la cita se cumplió. Afuera, vendedores de camisetas horrorosas y chafas, intentando sobrevivir a la crisis de trabajo a través de la piratería y del comercio subterráneo. Y los inspectores del Palacio continuamente sacando tajada; esta ocasión le tocó el turno a la imagen de Morrissey...
La ciudad a media noche fue una pintura expresionista en grises y oscuros. Hacía invierno apresurado... Miraba hacia el pasado buscando el origen de mis nostalgias y el viento arañó mi rostro y cabello.
Hizo desolación.